Es ella, te pregunto al ver, la foto en tu cuarto.
-Si es ella, respondes tratando de retener cualquier ademán, gesto o similar que me haga pensar a mí en ella, y a tí en ella.
Es bonita, digo mientras la miro, mientras trato de que esos ojos retenidos en el espacio, en la memoria tomen conciencia y me digan, quién fue, y no su nombre, ni su dirección, ni quiénes son sus padres, quién fue ella para tí, que significa su nombre, su rostro. Cuantos poemas habrás hecho para ella; los guarda en su cofre de tesoros y los lee mientras la lluvia hace sonar su venida en su ventana. Cuantos lugares, cuantas historias, de ti y de ella, sobre la cama, sobre su puerta, sobre su cuello.
-Sí, lo es. Un poco despreocupado contestas, mientras tomas la foto y la colocas en otro lugar y dices:
-Deja de ver eso, siéntate aquí.
Cuantas veces, se sentó ella acá, me pregunto, mientras te acercas, y me robas un beso. Miro tus ojos, la buscó en ellos, estaremos bien su sombra se ha ido, por esta vez.